viernes. 29.03.2024

Con la mirada puesta en la reunión del comité clínico de este viernes, órgano que asesora a la Xunta en la gestión de la pandemia y que podría decidir el cierre perimetral de Compostela si la evolución epidemiológica sigue empeorando, los comercios, bares y restaurantes echan cada vez más el cierre. Lo hacen ante el abandono de las calles, que se encuentran desiertas debido a las restricciones impuestas por el Ejecutivo de Alberto Núñez Feijóo: sin peregrinos y con la limitación de reuniones a personas convivientes, hasta un máximo de cinco, una medida a la que se ha incorporado el toque de queda, Santiago es una ciudad fantasma apagada por el virus.

 

Las lluvias, persistentes durante las últimas semanas en la capital gallega, tampoco han ayudado a mejorar una situación "insostenible" para los comerciantes y hosteleros, que más allá de las medidas restrictivas lamentan que "no haya consumo" ni movimiento, por lo que muchos de ellos han decidido paralizar su actividad.

 

En un otoño particular, en la víspera del Año Santo, las calles de Compostela estarían llenas de turistas extranjeros y peregrinos, que unidos a los estudiantes y a los vecinos de Santiago conformarían una postal de la ciudad festiva y dinámica, muy lejos de la que ahora puede observarse. El gobierno autonómico acordó establecer un toque de queda entre las 23:00 y las 06:00 horas, además de prohibir los encuentros de quienes no vivan bajo el mismo techo y limitar los aforos de bares y cafeterías al 50 %, con la única posibilidad de servir en terrazas.

 

Esto le ocurre a Fernando, que regenta el bar-restaurante Entrerrúas, donde actualmente solo pude despachar en cuatro mesas situadas en el exterior: “Aguantamos como podemos. Tenemos unas restricciones bastante severas que se han ido incrementando en los últimos meses y eso conlleva que el ritmo de trabajo sea infinitamente menor”, cuenta a EFE.

 

Con dos empleados en Erte, Fernando afirma que “la gota que colmó el vaso” fue la prohibición de reuniones de no convivientes, una medida “absurda” porque ve imposible que los hosteleros puedan controlar que se cumpla. Jorge, del restaurante El Bombero, señala que en la rúa do Franco, una de las calles con más bares y restaurantes del casco viejo, casi ningún local tiene terraza. De hecho, la mayoría han bajado la persiana. “Nosotros abrimos ayer porque obviamente con un mes o dos meses cerrados esperando a ver si esto mejoraba la situación ya se pone muy difícil”, afirma.

 

“El panorama pinta bastante feo. A corto o medio plazo no podemos crearnos expectativas”, advierte Jorge, al que sin embargo le gustaría creer que con el Xacobeo pueda haber “algún repunte” de actividad. Para el comercio local tampoco hay tregua. Curru, que trabaja en la tienda Cousalinda, considera que las expectativas son “terribles” y “demoledoras”.

 

“Estamos un poco a verlas venir. La hostelería está tocada de muerte y el pequeño comercio que ya sufría lo suyo con las plataformas de venta online y las grandes superficies, pues está ya en la UCI”, declara. Curru añade que el clima lluvioso de Santiago no favorece en nada y si a ello se le suma que la gente “no tiene una perra” y que cada vez hay más miedo entre la población, los vecinos “no salen a la calle”.


 

“Puedo decir que es el peor octubre desde que llevo abierta y llevo nueve años”, aunque no siempre en esa ubicación, explica Curru, que de momento, al no tener empleados, carga ella sola con todo el trabajo mientras espera a ver si la situación mejora. 
 Lo mismo que Verónica, de Vestopazzo, un establecimiento de bisutería que abrió en julio y que ahora habla de una reducción de caja de hasta un 80 %.

 

Antes, con las cafeterías abiertas “la gente paseaba, veía el escaparate o se acercaba”, explica, consciente de que los negocios son una cadena y de que en el momento en el que se limita a unos, esto afecta a los otros. De hecho, los comercios y la hostelería no han sido los únicos afectados. Con el toque de queda, el sector de la cultura ha visto mermada más, si cabe, la programación de cines y teatros. Ghaleb Jaber, presidente de la Fundación Araguaney y director del festival de cine euroárabe Amal, que ha arrancado esta semana, ha tenido que reducir el aforo a 30 personas y trasladar todos los pases de las 22 horas a las 19:30 horas.

 


 “Esperamos hasta el último momento para saber a qué hora sería finalmente el toque de queda en Galicia, porque influía mucho a la hora de colocar el pase”, explica Jaber, que ha tenido que reajustar todo, de forma que algunos espectadores se han quedado sin entrada, aunque apunta que al menos tendrán la oportunidad de ver las películas en sus casas a través de Filmin
 No obstante, lo que preocupa a Jaber no son las restricciones sino que no se considere al sector de la cultura “como un sector industrial, económico e importante para el desarrollo económico y psicológico de la sociedad”.

 

En Numax, el último reducto de cine independiente de la urbe, uno de los socios, Xan Gómez, también ha tenido que anular la sesión de las 22 horas, que es una de las más rentables, y reducir el aforo de la sala.
 “Las sesiones de la mañana y de primera hora de la tarde son un complemento, pero en ningún caso son el menú principal. Está claro que la situación así no es sostenible. Aguantamos porque también tenemos una serie de compromisos y responsabilidades. No queremos parar, queremos que siga habiendo vida en la ciudad”, afirma.

 

En el Teatro Principal y el Auditorio de Galicia, donde las programaciones se mantienen a pesar de las reducciones de aforo, su director, Xocas López, se mantiene “optimista”, aunque empieza a notar que hay “un cierto temor o nivel de alarmismo en la sociedad”. “La demanda es menor cada vez que hay una restricción, no solo por el hecho en sí mismo de la restricción sino también porque ahuyenta al público”, explica, y asegura que acatan todas las medidas tomadas por los expertos sanitarios, aunque sean “muy duras”.


 

De hecho, se dan situaciones un tanto paradójicas como la del Auditorio de Galicia, un espacio preparado para 986 personas y que reduce su aforo a 30. De esta forma, en los conciertos de la Filarmónica hay más personas sobre el escenario que en el patio de butacas.

 

“Son situaciones un poco extrañas pero al final responde al orden de prioridad. Si la cultura fuese un sector prioritario pues se tomarían otras medidas o se aplicarían en otros lugares”, asegura.
 Para revertir esta situación, algunos negocios han tenido que reconvertirse, como el Hotel San Lorenzo, que ante la falta de clientes y de turistas ahora alberga estudiantes. “Viendo como estaba la situación y en vistas a cerrar, aprovechamos que estamos situados al lado del Campus Universitario y apostamos por ese nicho.

 

Gracias a eso resistimos”, cuenta su gerente, Carlos. Ante la demanda de alojamiento para estudiantes, pues las residencias tuvieron que convertir sus habitaciones compartidas en individuales, Carlos decidió reajustar los precios y ofrecer cobijo a los universitarios, además de permitirles estudiar en sus instalaciones.

 

Otros negocios del ramo sin embargo no renuncian a los peregrinos, que aunque apenas se ven, existen. Uno de ellos es Pablo, que ha venido a Santiago con un pequeño grupo desde Cifuentes (Guadalajara) y que no reconoce la ciudad. “Hice el Camino de Santiago hace siete años y la verdad es que las condiciones son diferentes por las circunstancias”, explica el joven, que ve “muchos locales y restaurantes cerrados” y “muy poquita gente”, en una ciudad que antes tenía el bullicio en sus calles como signo de identidad.

Compostela, una ciudad apagada por el virus y pendiente del futuro inmediato