jueves. 18.04.2024

Este 12 de enero se cumplen 23 años de la muerte voluntaria del tetrapléjico gallego Ramón Sampedro. Sus amigos y allegados han honrado su memoria con un vídeo que recuerda su figura y su lucha. Por primera vez el aniversario coincide con una ley de eutanasia que está casi al alcance de la mano. “Gracias Ramón, esta ley también es tuya”, es la despedida de un montaje de menos de cuatro minutos que se inicia con la historia de un joven de 25 años que se lanzó al mar en la playa de As Furnas, en Porto do Son (A Coruña), y que no volvió a caminar desde ese día.

 

Postrado en una cama, estaba bien cuidado en su pueblo natal, rodeado del amor de su familia y amigos, pero él se definía como “una cabeza viva en un cuerpo muerto” e inició una batalla. Consciente de sus limitaciones, recurrió a la justicia para que las personas que le ayudasen a poner fin a su existencia no fuesen castigadas por colaborar. El audiovisual recoge que si le era negado el derecho a renunciar al dolor “sin sentido”, también, y son sus propias palabras, se le prohibía el ser libre.

 

Con el bolígrafo en la boca y la ayuda de un artilugio hecho por él mismo, escribió este hombre “Cartas desde el infierno”, un relato en el que quiso dejar constancia de que su deseo era precisamente el de liberarse. En el comienzo de esa obra, Sampedro cuenta el inicio de su tragedia, cuando en una fatídica jornada en la que, rememora, había resaca en la costa, se encontraba de pie al borde del pozo que formaban unas rocas.

 

Estaba pensando en la noche anterior, en una chica que quería dar el paso de presentarle a sus padres y en el temor al compromiso matrimonial que experimentaba. “Sin saber cómo, me vi cayendo hacia el agua. No me había lanzado voluntariamente”, relata, y añade: “Choqué con el mar. Toqué con las dos manos la arena del fondo, pero no bastó la reacción para frenar la inercia”.

 

Tras un pequeño y desagradable calambre, se percató de que ascendía muy despacio, así hasta alcanzar la superficie. No había movimiento consciente a consecuencia de la fractura de la espina dorsal a la altura de la séptima vértebra. Dicen, a veces, que cuando las personas sienten que van a morir, su mente da paso a un rápido relato de su vida. Esta frase definió lo que estaba por llegar para Ramón y “para siempre”.

 

Es la manera en que él mismo lo describía. Un lustro de pleitos sin respuesta, concreta la grabación colgada en la web de Derecho a Morir Dignamente (DMD) de Galicia. Hasta que en 1998, Moncho, sin éxito en su pelea, decidió irse clandestinamente. Tuvo ayuda y dejó una declaración que se convirtió enseguida en un pase televisado una y otra vez. Se dirigió a los jueces, a los políticos y a la iglesia católica para preguntar qué significaba para todos ellos la dignidad y para ahondar en su ser “atrofiado y deformado”. Veintinueve años, cuatro meses y algunos días existiendo de ese modo.

 

“Me niego a hacerlo por más tiempo” porque ninguna libertad puede estar construida sobre una tiranía, entendía. Tampoco ninguna justicia sobre el dolor y, mucho menos, un bien universal sobre un “sufrimiento injusto”.

 

Ascensión Cambrón, la cordobesa que preside la DMD gallega, al ser esta la comunidad autónoma en la que reside, conoció a Sampedro, como explica en una conversación con Efe, y se quedó “maravillada” al ver lo claro que tenía todo y que con las soluciones que la medicina daba a su problema no deseaba continuar. Ella se especializó, motivada por ese encuentro, en la ‘bionomía jurídica’, que viene siendo el estudio de la incidencia de los avances biotecnológicos en el ordenamiento jurídico exactamente a dos niveles. Uno, externo, la intervención jurídica como forma de legitimación política del hacer científico y de las aplicaciones biomédicas, como demanda social y como extensión de los derechos individuales.

 

Otro, interno, básicamente el análisis de las dificultades sistémicas y doctrinales con que tropiezan los legisladores y operadores jurídicos para interpretar y aplicar las normas que regulan la sanidad. Ascensión, doctora en Filosofía del Derecho, compartía el “fundamento” de Ramón. Hoy, décadas después y jubilada, celebra el “éxito” de la pronta llegada de una norma, que todavía “no es la que queremos”, reconoce. Se habla mucho de que ese texto es muy garantista, pero ella prefiere definirlo como “tremendamente burocrático, pues hay que explicar hasta en cuatro instancias las mismas cosas”.

 

Considera que ello se debe a un “resto de la medicina paternalista que tiene que combatirse, porque ya no estamos en esos tiempos”. También ve una tara, la exclusión de los enfermos psiquiátricos. “Habrá que ir avanzando. Muchas veces sus casuísticas son incurables”, deja caer. Recrimina Cambrón las perversiones del lenguaje y que se trivialicen las cosas, pues si una ley del divorcio no significa que haya que separarse, con este asunto ocurre otro tanto de lo mismo, simplemente el foco está en la cuestión de la “seguridad jurídica; de más certezas”.

 

Ramón Sampedro nació el 5 de enero de 1943. Cuando sopló 22 velas, se embarcó en un mercante noruego en el que trabajó como mecánico. Recorrió cuarenta y nueve puertos de todo el mundo. Pero el 23 de agosto de 1968 una fatal zambullida cambió su destino. Empezó a soñar con la libertad a través de la muerte. Su demanda jurídica se coló en el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo sin que llegase a prosperar.

 

En secreto, y asistido, consiguió su propósito. “Perdón por marchar sin despedirme. A veces demostraríamos más amor por una persona si le ofreciéramos ayuda para morir antes que para vivir. Os quise lo mejor que supe y pude. Todos me quisisteis del mismo modo. Sólo puedo pagaros con la mayor muestra de gratitud: muriéndome. Y vosotros respetando mi voluntad”. Firmado: Ramón Sampedro.

“Esta ley también es tuya”: el legado pro eutanasia de Ramón Sampedro