2 de marzo de 2023, 14:27
Ana Baneira es una joven con una voluntad inquebrantable de ir superando metas. Con 18 se activó. Esta mujer, que no se siente activista pero que en absoluto es miope ante cualquier drama humano, comenzó, cumplida la mayoría de edad, a viajar sola. Y jamás pensó ser noticia por 138 días entre unas rejas.
La suya es una corta e intensa vida. Detrás de unos barrotes injustos los sentimientos deben ser parecidos. Las jornadas transcurrían para ella a cámara lenta. Si nunca había pasado por una comisaría, mucho menos por una cárcel.
Cuando la detuvieron disfrutaba de Irán, después de haber llegado allí por puro azar. Con todo, estaba donde quería estar y soñaba con ir más allá. Precisamente en esas andaba, porque el arresto, cuenta ella misma, fue en una gasolinera en la que junto a un amigo suyo de aquel país había parado para repostar.
El destino era Persépolis. Solamente pronunciar el nombre de la gran dama de la arqueología persa infunde respeto. Allí nunca llegó.
En el prendimiento de Ana no hubo explicación. Esa justificación se demoró. Baneira se deshace en halagos hacia la embajada, hacia el Gobierno... Piensa firmemente que si no fuese por su labor su suerte podría haber sido otra.
Hoy, esta coruñesa goza rodeada de naturaleza, disfruta de la sabrosa tortilla de patatas, trata de devolver a su existencia esa normalidad que le arrebataron y se evade de sus propios sentimientos.
En el penal practicaba eso del escape conscientemente por cuidar su propia salud mental, y lo hacía mientras esperaba el momento en que su nombre resonase por la megafonía del módulo.
No fue fácil. Menos todavía en esa primera etapa en la que estuvo incomunicada. Menos también al no poder entenderse con el resto por cuestiones de idioma.
Hablaba Ana Baneira sin hablar, con la mímica, con los gestos. Hubo internas que le enseñaron a dar los buenos días en farsi, y también a proferir insultos. Así, en plural. Más de uno. Sonríe cuando comparte esta vivencia.
Los desvelos de Ana Baneira ahora son muy diferentes, pues pasan por encontrar trabajo. O quizá cursar un máster. Ya decidirá. De momento va a reposar en el pueblo sabiendo que quiere seguir avanzando en el ámbito de la sostenibilidad, terreno en el que ya cuenta con formación.
En su aldea tendrá mucho tiempo para darle vueltas a la cabeza, pero un tiempo de calidad, porque se ha deshecho de sus cadenas.
Hacer el Camino de Santiago, de una forma segura, es otro de sus planes inmediatos.
La pregunta de si volvería a Irán es una de las que más está escuchando. Si le prometen que no van a volver a detenerla, no tendría mayor problema. La respuesta es sí. No quiere juzgar a un país que le estaba encantando y en el que se sentía a salvo por su incomprensible apresamiento.
"Seguramente fue el país en el que me sentí más segura", "yo concuerdo con otros viajeros" en esa impresión, "las personas de Irán son muy hospitalarias y te hacen sentir muy, muy segura, como si no te pudiera pasar nada malo".
Es su clara exposición, en la que da las gracias por cada píldora de felicidad allí experimentada.
Al principio no tuvo información de por qué en Irán se le privaba de libertad. Después supo que uno de los cargos era espionaje. En este momento esa acusación ha desaparecido y las que pesan sobre ella son mucho menores. Por cautela prefiere no decir cuáles son y es lógico.
"Tienes esperanzas de que te van a liberar, porque sabes que no has hecho nada malo. El problema es que los días pasan y no te liberan. Luego también te dicen que a lo mejor te liberan, que a lo mejor que no... Pero al final es que te obligas a ti mismo a pensar que vas a salir".
Creyó que iba a salir y así ha sido. Y hoy ha salido a la palestra. Lo ha hecho en los tiempos marcados por ella misma.
Ana Baneira no ha perdido sus ilusiones. Continuará agarrándose a cualquier posibilidad de luchar contra las limitaciones y pasar a una vida creativa, una vida espiritual, una vida satisfactoria, una vida en la que avanzar durante el día y dormir por la noche.
E Irán, pese a todo, merece estar en su equipaje sentimental.
La suya es una corta e intensa vida. Detrás de unos barrotes injustos los sentimientos deben ser parecidos. Las jornadas transcurrían para ella a cámara lenta. Si nunca había pasado por una comisaría, mucho menos por una cárcel.
Cuando la detuvieron disfrutaba de Irán, después de haber llegado allí por puro azar. Con todo, estaba donde quería estar y soñaba con ir más allá. Precisamente en esas andaba, porque el arresto, cuenta ella misma, fue en una gasolinera en la que junto a un amigo suyo de aquel país había parado para repostar.
El destino era Persépolis. Solamente pronunciar el nombre de la gran dama de la arqueología persa infunde respeto. Allí nunca llegó.
En el prendimiento de Ana no hubo explicación. Esa justificación se demoró. Baneira se deshace en halagos hacia la embajada, hacia el Gobierno... Piensa firmemente que si no fuese por su labor su suerte podría haber sido otra.
Hoy, esta coruñesa goza rodeada de naturaleza, disfruta de la sabrosa tortilla de patatas, trata de devolver a su existencia esa normalidad que le arrebataron y se evade de sus propios sentimientos.
En el penal practicaba eso del escape conscientemente por cuidar su propia salud mental, y lo hacía mientras esperaba el momento en que su nombre resonase por la megafonía del módulo.
No fue fácil. Menos todavía en esa primera etapa en la que estuvo incomunicada. Menos también al no poder entenderse con el resto por cuestiones de idioma.
Hablaba Ana Baneira sin hablar, con la mímica, con los gestos. Hubo internas que le enseñaron a dar los buenos días en farsi, y también a proferir insultos. Así, en plural. Más de uno. Sonríe cuando comparte esta vivencia.
Los desvelos de Ana Baneira ahora son muy diferentes, pues pasan por encontrar trabajo. O quizá cursar un máster. Ya decidirá. De momento va a reposar en el pueblo sabiendo que quiere seguir avanzando en el ámbito de la sostenibilidad, terreno en el que ya cuenta con formación.
En su aldea tendrá mucho tiempo para darle vueltas a la cabeza, pero un tiempo de calidad, porque se ha deshecho de sus cadenas.
Hacer el Camino de Santiago, de una forma segura, es otro de sus planes inmediatos.
La pregunta de si volvería a Irán es una de las que más está escuchando. Si le prometen que no van a volver a detenerla, no tendría mayor problema. La respuesta es sí. No quiere juzgar a un país que le estaba encantando y en el que se sentía a salvo por su incomprensible apresamiento.
"Seguramente fue el país en el que me sentí más segura", "yo concuerdo con otros viajeros" en esa impresión, "las personas de Irán son muy hospitalarias y te hacen sentir muy, muy segura, como si no te pudiera pasar nada malo".
Es su clara exposición, en la que da las gracias por cada píldora de felicidad allí experimentada.
Al principio no tuvo información de por qué en Irán se le privaba de libertad. Después supo que uno de los cargos era espionaje. En este momento esa acusación ha desaparecido y las que pesan sobre ella son mucho menores. Por cautela prefiere no decir cuáles son y es lógico.
"Tienes esperanzas de que te van a liberar, porque sabes que no has hecho nada malo. El problema es que los días pasan y no te liberan. Luego también te dicen que a lo mejor te liberan, que a lo mejor que no... Pero al final es que te obligas a ti mismo a pensar que vas a salir".
Creyó que iba a salir y así ha sido. Y hoy ha salido a la palestra. Lo ha hecho en los tiempos marcados por ella misma.
Ana Baneira no ha perdido sus ilusiones. Continuará agarrándose a cualquier posibilidad de luchar contra las limitaciones y pasar a una vida creativa, una vida espiritual, una vida satisfactoria, una vida en la que avanzar durante el día y dormir por la noche.
E Irán, pese a todo, merece estar en su equipaje sentimental.