Felisa, Luis, Asunción, Sagrario y Luis Eusebio suman 433 años y están preocupados y hartos de estar “encerraditos” en sus residencias. Sin actividades ni visitas, su vida se limita sobre todo a pasear del baño a la habitación, ver la televisión y hablar por teléfono para consolarse. Las relaciones sociales dentro de sus centros, uno privado y otro público, también se han reducido drásticamente pues desayunan, comen y cenan dentro de sus habitaciones.
Todo ellos, menos uno de nacionalidad argentina, eran niños cuando estalló la guerra civil, pero recuerdan la posguerra, una época que no comparan con la actual situación pero que sí les conduce a una misma conclusión: no queda otra que aguantar y se saldrá adelante.
FELISA AUGURA QUE LA POSPANDEMIA SERÁ “TERRIBLE”
Felisa Capón Martín vive en una pequeña habitación de una residencia pública del distrito de Vallecas, tiene “nada más que 85 años”, devora las noticias, le gusta la política, le preocupa la pospandemia, que vaticina será “terrible” por el impacto económico, y cree que más adelante habrá una “posguerra política: se van a tirar los trastos con fusil y ametralladora”.
Le indigna que el criterio de la edad determine hoy un tratamiento médico distinto. “He escuchado que en algunas ucis no admiten el ingreso de mayores de 80, es una bofetada”, asegura una Felisa “aburridísima”.
En su centro hay varias plantas cerradas, personas aisladas por sospecha de coronavirus y las bajas de trabajadores por contagios han sido numerosas. Relata que se han acabado las actividades, aunque habla por teléfono con sus hijos y con una voluntaria de la ONG Grandes Amigos, a la que llama “Merceditas” porque no se queda con su nombre vasco, Saioa.
Ve la TV, lee, hace sopa de letras y ha confeccionado una falda a un osito. Felisa encuentra un paralelismo entre la actual situación y la posguerra, en la que su padre murió con 31 años al poco de volver del frente. Su madre tuvo que trabajar y ella, hija única, se quedaba encerrada en su habitación desde cuya ventana observaba una vaquería y cuando las vacas salían a pastar “los chicos iban detrás cantando: ’toro valiente, tírate a la gente, toro colorao, tírate al tejao”.
LUIS EUSEBIO LLORA PORQUE ESTÁ SEPARADO DE SU MUJER
Luis Eusebio Mateo, de casi 87 años, está “un poquito harto de estar encerradito, pero no queda otro remedio. Hay que aguantar”, explica a EFE por videollamada.
Se le empañan los ojos cada vez que habla de Rafaela, su mujer, nacida el año que estalló la guerra civil, con la que ha luchado “mucho los 63 años” de casados. No soporta estar separada de ella y aunque le permiten verla desde la puerta, no se conforma. Incluso ha perdido el apetito. “Cuando ella enfermó (Alzheimer), el mundo se vino abajo”, cuenta Luis Eusebio.
Le gustan las noticias, aunque llega un punto en el que “cansan, me desaniman y me pongo triste, tantas muertes y la lucha de los sanitarios”. Agradece el esfuerzo de los trabajadores de su residencia, situada en Estremera (Orpea), en cuya primera planta se encuentran las personas con síntomas compatibles con el COVID-19 y en la planta baja posibles positivos. Dedica su tiempo a ver TV, caminar por el pasillo, pintar y a hablar todos los días por teléfono con la familia: “Nos consolamos así”.
ASUNCIÓN PREFIERE NO SABER
Asunción Alarcón tiene “95 años y medio pasados” y está más que aburrida, metida todo el día en la habitación, cuenta por videollamada. No oye ni ve bien. Echa en falta las actividades y las visitas de su familiares, aunque habla con ellos por teléfono. Prefiere no conocer las noticias: “No pongo la televisión, esto es un desastre; tenemos que aguantar lo que venga”.
La situación es “más tranquila que antes. En el pasado he vivido cosas malas, como la guerra civil que sentíamos los tiros desde casa y por la noche nos asomábamos y veíamos el reflejo de los tiros”; después cuidó 20 años a su marido enfermo y a sus padres. “Ahora me cuidan a mí”, afirma, mientras mira a Nines, la terapeuta de Orpea que le acompaña durante la entrevista para que pueda escuchar las preguntas.
LUIS BAGGAGIO DEJÓ SU PAÍS CUANDO VIDELA ARROJABA A PERSONAS VIVAS DESDE LOS AVIONES
Para Luis, de 76 años, que abandonó su país cuando “Videla tiraba gente viva desde los aviones”, lo que está ocurriendo es “una pesadilla, pero el ser humano lo soporta”. En el pasado, el cantante profesional de boleros y tangos, sigue con atención lo que ocurre en su país “donde hay montones de muertos”.
Igual que el resto de sus compañeros de la residencia, desayuna, come y cena en la habitación”, pero tiene la “suerte” de ser fumador y sale al patio. Todo esto es “muy aburrido, pero tengo la lectura y la guitarra”. No siente una tristeza especial –“la angustia y la depresión no son cosas que vayan conmigo”, pero echa en falta las salidas semanales con sus amigos.
SAGRARIO SÁNCHEZ: “LOS ESPAÑOLES SIEMPRE SALIMOS ADELANTE”
Sagrario, 89 años, se acaba de arreglar con sus “pinturitas”, -no sale de la habitación sin maquillaje-, y le acompaña su abanico rojo a juego con el bolso para atender la videollamada. Echa en falta su teatro y comer junto al resto. Pese a afirmar que teniendo una tele está “perfecta”, reconoce que está deseando que “pase ya todo”.
Siempre tiene puesta la TV y afirma que la situación no le preocupa por una sencilla razón: “Los españoles siempre salen adelante, con o sin ayuda”. “Hay que adaptarse a las situaciones, yo lo he hecho mil veces”.