sábado. 25.01.2025

En el fascinante universo lingüístico gallego, hay términos que podrían confundir al más avezado de los filólogos. En este particular abanico léxico, nos topamos con la 'carallada', una palabra tan versátil que va desde una "diversión bulliciosa" hasta algo tan abstracto como "algo que molesta". Es como si los gallegos tuvieran su propio diccionario personalizado.

Pero la diversión no termina ahí. También tenemos la 'chafullada', que suena más a accidente gramatical que a vocablo legítimo, el 'fozar', una suerte de hacer las cosas mal y sin cuidado, y el entrañable 'riquiño', que, aunque no figure en el diccionario gallego, se usa como una especie de comodín para referirse a alguien como "guapo" porque, en fin, "al menos es 'riquiño'".

Ahora bien, hablemos del término estrella: 'parvo'. Un auténtico camaleón lingüístico que puede usarse para expresar tanto desdén como cariño. ¿Quién no ha soltado un "¡qué parvo eres!" como respuesta a un cumplido, convirtiendo un elogio en un espectáculo de modestia? Y, por supuesto, está el clásico "venga, no seas parvo", que sugiere que la valentía está directamente proporcionalmente relacionada con la cantidad de 'parvismo' que puedes dejar atrás.

Ahora, saltemos a la famosa 'morriña', una palabra que trasciende las fronteras gallegas y que, según la Real Academia Española, es como un abrazo melancólico a la tierra natal. La Academia Galega la envuelve con más drama, definiéndola como un "sentimiento y estado de ánimo melancólico y depresivo, causado por la nostalxia da terra". Pero, ¡sorpresa!, en el portugués, 'morriña' no es más que una enfermedad bovina o una manera simpática de hablar de malos olores. Los portugueses, por su parte, expresan ese sentimiento similar a la 'morriña' con la elegante 'saudade'.

Así, en este juego de palabras, los gallegos parecen tener su propio código secreto, y cada término es una pieza única que revela su ingenio lingüístico.

Cuando los gallegos se enfadan o muestran cariño, todo se resuelve con una palabra