Nueva York ha comenzado a enterrar cadáveres en una fosa común en la isla de Hart, en el extremo noroeste de la Gran Manzana, en un momento en el que se ha registrado un importante aumento de víctimas mortales por coronavirus en la región.
Las autoridades de Nueva York confirmaron que la isla, que durante décadas se ha utilizado para dar sepultura a cadáveres sin reclamar, ahora incluirá también a fallecidos por el COVID-19 que estén en esa misma situación.
"Es probable que gente que haya muerto (de coronavirus) sea enterrada en la isla en los próximos días", dijo a los medios la secretaria de prensa de la Alcaldía de Nueva York, Freddi Goldstein.
Las declaraciones se producen en un momento en el que han surgido imágenes del entierro de varios ataúdes, colocados unos encima de otros, en la isla de Hart, y después de que este jueves Nueva York registrara 799 fallecimientos por coronavirus en 24 horas, un nuevo máximo diario.
La isla de Hart se ha usado como cementerio público de la ciudad durante más de 150 años y está gestionado por el Departamento Correccional neoyorquino.
Ahí han ido a parar los cuerpos de las personas que han permanecido en una morgue sin reclama entre 30 y 60 días, explicó Goldstein. La portavoz añadió que las autoridades están trasladando a este lugar los cadáveres para tener más espacio para el resto de fallecidos por coronavirus.
Con el aumento de muertes, explicó, el número de días que un cuerpo sin identificar o sin reclamar podrá permanecer en una morgue antes de ser enterrado en la isla de Hart será de 14 días en lugar de uno o dos meses.
"Son gente que, durante dos semanas, no ha podido encontrar nadie que diga 'conozco a esta persona, quiero a esta persona y yo me quiero encargar de su entierro'", agregó la representante de la Alcaldía. Según Goldstein, en circunstancias normales se entierran en la isla unos 25 cuerpos por semana, pero desde que comenzaron a morir personas por la pandemia, se sepultan 25 al día.
El estado de Nueva York registra ya 160.000 infectados por coronavirus, una cifra que supera la de cualquier otro país fuera de EE.UU., mientras que el número de fallecidos aumenta a más de 7.000, de los que más de 5.150 perdieron la vida en la Gran Mazana.