viernes. 19.04.2024

Gasolineras, bares, peluquerías o supermercados de la península de O Morrazo, en las Rías Baixas pontevedresas, fueron el fin de semana pasado escenario de una misma conversación sobre la que aleteaba siempre una misma pregunta: ¿se va a convertir esto en Benidorm?

El motivo fue la noticia de que la playa de Francón, en la ría de Aldán, amaneció el sábado pasado tan desierta como suele, pero con su fina arena blanca alfombrada de una tupida malla de toallas, hamacas y parasoles que despertó tal ola de indignación en las redes sociales que obligó a la Policía Local a intervenir para poner fin a una picaresca prohibida específicamente por la Ordenanza municipal de uso y disfrute de las playas de Cangas.

“Nunca pensé que esto llegaría a pasar en mi pueblo”, escribió un usuario de las redes sociales, que entiende que “esto hay que pararlo”, que “es una vergüenza”.

“Están haciendo de Galicia otro Benidorm”, escribía otro. “Todo el mundo a quejarse pero por avisar no será. ¿Queríais caldo? Toma siete tazas”, escribía un tercero. “El meteorito no puede tardar”, razonaba en un tono apocalíptico otro usuario más.

¿Se trata de una anécdota sin mayor recorrido o tal vez de un indicio de categoría? ¿Viven realmente O Morrazo, las Rías Baixas, y por extensión Galicia, una explosión turística? ¿Y se cuenta con la capacidad necesaria para absorberla, de ser así?

“Es una locura. Hacía años que no veía tanta gente”, explica a Efe el propietario de uno de los más afamados restaurantes de Cangas en condición de anonimato.

Quienes residen en las zonas costeras con mayor afluencia de visitantes estivales encajan con alegría, con incredulidad y resignación, o incluso con indignación, según les vaya en ello, que encontrar una mesa para tomar una caña, un pedazo de arena para tumbarse al sol o un lugar en el que estacionar el coche se haya convertido en un ejercicio de funambulismo en las horas punta.

Para Cristóbal López, portavoz de Ecologistas en Acción, “el mayor problema es que ningún ayuntamiento de la zona está preparado para absorber tanta gente”.

El alza en los precios, las incomodidades o las colas en los accesos a las poblaciones más frecuentadas no son más que la epidermis de un asunto de mayor calado con derivadas importantes, fundamentalmente en el medio ambiente.

“En las Rías Baixas casi ninguna ciudad cumple con el tratamiento de aguas residuales, también pasa durante el año, según datos de Aguas de Galicia; pero cuando llega el verano, infraestructuras para 20.000 personas tienen que depurar residuos de 60.000, por lo que acaban en el mar”, explica a Efe López.

Masificación siempre ha habido en localidades como Sanxenxo o Baiona, pero también las comarcas de O Baixo Miño y O Salnés, todas ellas en la provincia de Pontevedra, triplican en verano su población, señala López, que apunta a la Mariña Lucense como el lugar donde más ha evolucionado este problema.

No en vano, su organización otorgó el pasado junio al ayuntamiento de Burela y también a la Xunta de Galicia una de sus banderas negras por los vertidos de aguas residuales sin el tratamiento adecuado, deficiente desde hace años, según denunció entonces Laura Saleta, miembro de la ONG, quien subrayó que ambas administraciones llevan años anunciando la ampliación de una EDAR que no se produce.

La EDAR “acumula incumplimientos” y aunque tiene capacidad para gestionar los residuos de la población de Burela, que no llega a los 10.000 habitantes, se ve desbordada por los residuos que genera la industria local y, sobre todo, por la "presión demográfica ejercida por el turismo en época estival” que hace insuficiente su capacidad.

No es el caso de Bueu, en O Morrazo, ayuntamiento costero que también ve multiplicada su población en verano pero cuya depuradora aguanta, según el concejal de Medio Ambiente, Xosé Leal, quien señala que la reflexión sobre el futuro del turismo es una que comparte el Gobierno local con la ciudadanía.

“Somos conscientes del problema que está generando el incremento del turismo interno. En Bueu son muchos años de recibir turismo de segunda residencia, gente de otras ciudades del Estado, pero la pandemia marcó más la problemática del turismo, con saturación de playas y espacios naturales, lo que hace difícil dotar al ayuntamiento de servicios suficientes para cubrir esa demanda”, explica.

Señala Leal específicamente uno: la generación de basuras, que obliga a “un refuerzo exhaustivo de recogida” ante el que “nunca damos abasto”.

Sobre este asunto abunda López: “El 90 por ciento de los mejillones tienen microplásticos en su interior procedentes de la mala gestión de las basuras, la cual aumenta con la visita de tanto turista”, explica.

Leal asegura que “el turismo no es malo” per se, pero habla de la “dinámica perversa” que sufren las poblaciones que ven multiplicada su población por dos o por tres, cuyas administraciones locales carecen de presupuesto para dar servicios adecuados a tanta gente.

La solución, en su opinión, pasa por resolver un problema de financiación local que ha de ser abordado conjuntamente con la Administración autonómica porque los ayuntamientos están asumiendo competencias que no les corresponden.

“Al final todo se circunscribe a un problema de competencias y de financiación”, resume Leal.

En general, las autoridades políticas celebran como un éxito cada vez que las estadísticas de visitantes superan a las anteriores, pero, según López, lo único que se muestra es la cara amable de una actividad que tiene consecuencias funestas, y pone como ejemplo los cruceros que atracan en las rías gallegas.

“Los megacruceros son muy bonitos, pero son máquinas de contaminar. Cada vez que llegan a puerto disparan emisiones, gases de efecto invernadero, dióxido de nitrógeno, y estos barcos no depuran, todo va al mar”, explica.

Otro de los asuntos que más polémica han generado en las últimas semanas es la Sanidad y la incapacidad de la atención primaria para dar respuesta a las necesidades de los usuarios, lo que ha derivado en movilizaciones ante centros de salud de localidades turísticas como Sanxenxo, donde escasea el personal por bajas y vacaciones que no se cubren, explican los sindicatos, junto cuando más usuarios hay.

Así que López apunta también a cuestiones sociológicas, como la famosa “turismofobia de la población autóctona”, sin descartar que en Galicia acabe por suceder lo que ha pasado en lugares como Barcelona o algunas ciudades de Italia, donde movimientos ciudadanos reclaman que les dejen disfrutar de su ciudad y sus servicios, algo de lo cual se empieza a palpar en Santiago de Compostela, cuyo centro histórico está tomado por peregrinos.

Nadie entre las fuentes consultadas demoniza al turismo en Galicia, pero sí que piden una regulación, que se repiense para que sea de calidad, respetuoso con el medio ambiente e inclusivo, una actividad en la que todas las administraciones se involucren para hacerlo sostenible y beneficioso para todos.

Se trata, claro, de un asunto bien complejo: en juego están muchos puestos de trabajo y un porcentaje nada desdeñable del PIB, pero las toallas y las hamacas de la playa de Francón y las reacciones que eso ha generado tal vez sean el síntoma de una corriente de fondo que, aseguran las fuentes consultadas, habría que abordar. 

Rías Baixas: ¿miedo a que se conviertan en un Benidorm?