jueves. 28.03.2024

La medicina solidaria tiene al menos un nombre propio, el de José Manuel Solla (Pontevedra, 1956), un doctor humilde pese a su premiada labor de cooperación sanitaria en el Sahara y en Nicaragua, su apoyo formativo a facultativos de regiones deprimidas y sus acciones directas en zonas catastróficas.

 

Ya a una edad muy temprana, este gallego supo que quería ser médico, y desde siempre "mamó" la solidaridad en su casa, huella de una infancia que, sin duda, han marcado su trayectoria profesional. Uno de los recuerdos que más le han influido está asociado a su propio padre, propietario de un ultramarinos y un hombre "sin muchos recursos" que atendía a "una cola de gente pobre que le pedía y a la que él le daba sin más, sin 'moralizar' sobre las necesidades de cada uno", cuenta a Efe.

 

Tras estudiar medicina, y con ese bagaje vital, Solla comenzó su camino volcado en la colaboración y la fraternidad, una tarea que complementa con su actividad principal como médico de Atención Primaria en Allariz (Ourense). Su opinión sobre la primera encomienda es rotunda: "La cooperación te hace centrarte en el tipo de sociedad que tenemos, en valorar lo que tienes una vez que estás aquí", especialmente en lo que a cuestiones materiales se refiere. "A veces estás pensando en cambiar de coche y cuando vuelves piensas, pues vaya tontería, pero si tengo un coche estupendo que tiene solo siete años", asevera. Pero sobre todo, abunda, "cambia todo tu enfoque". "Aquí tenemos fármacos magníficos pero que utilizamos mal por falta de tiempo para explicarlo, cuando en otros países la dificultad está en conseguir ese medicamento", compara.

 

Pasión, humildad y solidaridad caracterizan a Solla. Hace ya catorce años que, con la Fundación SEMG-Solidaria de la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familia que él mismo preside, inició su acción en Nicaragua, un "proyecto de país", resume. Tras indagar en las necesidades de ese paraíso atravesado por cadenas de montañas durante más de seis meses y encuestar a "más de 1.000 médicos para saber sus necesidades" se percató de que había carencias que se podían atajar, puesto que pasaban por "la falta de formación y el bajo prestigio".

 

Así germinó, entre 2007 y 2008, la unidad de docencia. "Se les enseñó a pescar", explica Solla metafóricamente, y a entender que "tenían que ser protagonistas de su propio cambio". Actualmente, aunque el Estado "sigue teniendo carencias, y no da todavía los fármacos que tiene que dar y tampoco tiene los dispositivos asistenciales como deberían estar", sí que "existen esos recursos humanos que cada vez controlan más las nuevas tecnologías. Además, hacen trabajo de docencia y, sobre todo, "han mejorado su autoestima".

 

Esta fue una experiencia fantástica para Solla, pero la "verdadera, la de choque", la encuentra en su viaje a Haití "a los siete u ocho días del terremoto" que sacudió al país en el año 2010. Los médicos que acudieron a la zona estaban militarizados bajo mandato de la ONU. "Recibíamos muchos pacientes desde la zona cero a un hospital muy deficiente y con corrupción dentro", rememora Solla. Debían atender "a gente con amputaciones, heridas graves e infecciones". Las urgencias eran "caóticas en un espacio de 50 o 100 metros cuadrados".

 

Pese a todo, el balance fue "muy bueno porque salvamos vidas, nos dimos cuenta de que la actuación que estábamos haciendo era muy útil". Las capacidades de los propios médicos se llevaban al límite ante esa situaciones de emergencia. "Todo estaba muy agudizado, te pones y trabajas horas y horas, y es luego cuando te derrumbas", sostiene. Incluso cuenta como después de seis días de trabajo continuo "una compañera se desmayó en el quirófano. No es raro. Te mantiene en pie la tensión nerviosa, y luego es cuando viene el bajón".

 

Reconoce Solla que "esta labor humanitaria sirve para dormir mejor, porque lo que te da es cierta tranquilidad moral", y es como "una droga". Pero la acción solidaria tiene una Cara B que este médico gallego no pretende ocultar. "He visto gente que va a hacer el viajecito guay" y "he conocido personajes que solo quieren vivir de esto sin ninguna pasión ni el menor interés. Lo convierten en un modo de vida acomodado que les da cierto estatus". Es ante esto que "algunos que no estábamos contentos con lo que había creamos nuestra propia ONG, de la que nadie vive y en la que hay mucho voluntariado". Señala este facultativo como "principal enemigo" de la labor solidaria "la corrupción y burocracia, que van casi de la mano".

 

En este sentido, por ejemplo, "hemos visto financiación de cosas absolutamente irrelevantes" y dinero que termina en manos corruptas, algo que "a los que no vivimos de la política ni tenemos que ser políticamente correctos nos rompe". Junto a la corrupción apunta hacia la "ineficiencia", es decir, "hay que gastar dinero pero gastarlo bien". Toda esta trayectoria y este espíritu crítico le ha llevado a obtener diferentes reconocimientos, el último el galardón como persona física en los VII Premios Solidarios Once Galicia. "Los premios son un estímulo, pero hay que relativizarlo, siempre pienso que se han equivocado", bromea. No es falsa modestia, asegura, sino que "hay gente, y yo la conozco, que ha trabajado mucho más y se ha dejado mucho más la piel".

 

El "pago real" a su labor lo concreta Solla en casos, cómo no, humanos, como el de un hombre que en Haití tenía un hidrocele muy evolucionado en un testículo, y el día que se pudo poner de nuevo un calzoncillo bailó "feliz" ante este médico gallego y sus compañeros. También en aquel otro que tras una rotura de vejiga, una vez solucionado el problema, volvió a conducir durante cinco horas en moto. "Estuvo seis días sin diagnóstico, y, tras operarlo y darle el alta, nos dijo ¡Españoles, mi Dios!, con una desbordante energía". Vocación, humildad y paciencia. Es un consejo de este galeno de Galicia.

La medicina solidaria tiene un nombre: el gallego José Manuel Solla