El electricista Manuel Fernández Castiñeiras, acusado del robo del Códice Calixtino, una causa que hoy ha quedado vista para sentencia, solamente hizo uso de la palabra diez minutos en las once sesiones que duró un juicio que tuvo su inicio el 19 de enero de este año.
Su primera y única intervención en las tres semanas que ha durado la vista oral fue el 20 de ese mes, y se pronunció para rechazar lo dicho ante el juez instructor José Antonio Vázquez Taín, al que le confesó en 2012 que él había robado el manuscrito del siglo XII que se custodiaba en el archivo de la emblemática Catedral de Santiago de Compsotela.
Cuando se halló esta joya literaria, robada en 2011 y recuperada un año más tarde, en un garaje de este gallego en O Milladoiro (A Coruña), él mismo se identificó como responsable de la insólita sustracción, pero al inicio de este proceso contra él se desdijo y contó que si en ese momento procedió de ese modo fue porque se sintió coaccionado por el magistrado.
Hoy, en la sesión de cierre, tenía ante sí Fernández Castiñeiras la oportunidad de defenderse, pero no la ha utilizado, y se ha limitado a hacer un gesto conforme se negaba a manifestarse sobre todo lo apuntado por las decenas de testigos que han prestado declaración ante un tribunal que ha estado presidido por Ángel Pantín.
Tampoco ha querido hablar a los informadores que han cubierto este juicio y que lo han esperado once mañanas a la espera de unas palabras suyas que, finalmente, nunca llegaron.
Pero tampoco se ha visto a Manolo, como se le conoce en su círculo íntimo, hablar con su mujer, Remedios Nieto, y con el hijo de ambos, Jesús Fernández.
El abogado que ejerce la acusación particular, José Antonio Montero, ha comentado hoy que Remedios y Jesús tenían que ser conocedores de lo que ocurría con su pariente, puesto que ya solo los jueves se iban a su piso de A Lanzada (Pontevedra) en "una suerte de fin de semana caribeño" que supuestamente abonaban con el dinero sustraído en el templo.
Esta estampa parecería la de una familia desahogada, pero Remedios ha presumido de que son austeros y ahorradores, un matrimonio que "teniendo todo plantado en la huerta", pocos gastos asume, y en su caso, cremas no usa, fumar no fuma, "y a los bares, poco vamos".
Lo ha contado ella en el transcurso de esta vista oral en la que los tres, Manuel, Remedios y Jesús, se han vestido con la misma chaqueta, y no sobre esta prenda, pero sí sobre otras, también se ha pronunciado la costurera Remedios: "En vez de tener seis pares de zapatos, me arreglo con dos, y en vez de comprarlos de 60 euros, me los compro de 10".
De su marido ha dicho que es peor todavía, porque "ahorra demasiado", ya que "anda con los zapatos rotos por no comprar otros".
Estos son los testimonios, pero falta el veredicto en el que se dilucidará quién protagonizó uno de los robos de arte más famosos de todo el planeta y cómo un hombre que se dedicaba a la electricidad, y que trabajó para la Catedral en calidad de autónomo, pudo reunir cerca de dos millones de euros, una suma mayúscula que supuestamente no conocía su familia, puesto que tenía dependencias que eran para su uso personal y a las que no tenían acceso ni Jesús ni Remedios.