jueves. 28.03.2024

Ricardo de Francisco hoy por lo menos esboza una leve sonrisa tras conseguir que los tribunales le reconozcan su derecho a una prestación por incapacidad, pero su día a día es una carrera de obstáculos por la electrohipersensibilidad que sufre y que hace que su calidad de vida sea "vivir aislado".

 

El ingeniero de telecomunicaciones, de 47 años, está muy limitado para salir a la calle: "Me siento -dice Ricardo a Efe- como en una jaula en casa. La tengo blindada porque no puedo exponerme a los campos electromagnéticos. Esto es muy complejo porque tengo que vivir alejado de la población". "Cuando salgo a la calle -prosigue- voy vigilando y mirando a todos los lados para ver dónde hay antenas, y veo si las personas que tengo al lado llevan móvil y calculo cuánto puedo aguantar en esa situación".

 

Y no es para menos porque Ricardo se ha ido a pasar algún fin de semana con gente que llevaba móvil y al volver ha tenido que ir a urgencias porque esta patología provocada por la exposición a campos electromagnéticos le ha debilitado en gran medida su sistema nervioso. Ha sufrido taquicardias que casi le cuestan en una ocasión la vida y su tiroides ha fallado de tal forma, antes de ponerle nombre a lo que le ocurría, que en nueve meses le hicieron engordar más de veinte kilos.

 

Desde 2007 padece episodios de taquicardia. Un cardiólogo le hizo una revisión y descartó que tuviera algún problema, pero tres años después tuvo que coger la primera baja en la empresa de telecomunicaciones en la que trabajaba. Se la dieron porque sufría depresión, ansiedad, agresividad, falta de concentración, de memoria, mucha lentitud al pensar. Estuvo en tratamiento psicológico y psiquiátrico, y al cabo del año volvió al trabajo.

 

Durante esos doce meses se encontró un poco mejor, pero "solo un pelín" porque no era aún consciente de lo que le pasaba y en casa tenía un teléfono inalámbrico, wifi y microondas. Su estancia en el trabajo duró nueve meses porque los síntomas se dispararon y además le empezó a fallar el tiroides y el oído izquierdo le ardía: "era insoportable estar allí -comenta-.

 

El router era profesional y lo tenía a dos metros de mi cabeza y eso me hizo polvo. Me destrozó". "Yo veía que algo iba mal, pero al principio pensaba que tenía un enfermedad psiquiátrica", dice Ricardo, que tuvo que coger la segunda baja, esta vez, de dos años, tiempo en el que por fin recibió el diagnóstico de una doctora que también padece esta patología, que el catálogo de la Organización Mundial de la Salud no la recoge como una de las enfermedades que pueden ser objeto de baja laboral. El diagnóstico llegó después de hacerse más pruebas por si podía tener una intoxicación química y descartar también que sufriera enfermedades psiquiátricas.

 

"Quité la radiación de mi casa. Cogí el teléfono inalámbrico y lo tire a la basura, quite el router, la radiacion wifi, el móvil deje de usarlo. Ahora lo tengo en GSM y con todo el tema de datos, wifi y bluetooth quitado. En mi casa va todo por cable y cuando enciendo el microondas me voy de la cocina", comenta. Ha tenido que "apantallar la casa". Ha colocado unas mallas metálicas que con alta frecuencia funcionan como si fuera un espejo, "todas las ondas rebotan y se van".

 

Cuando regresó al trabajo intentaron buscar una solución a su problema, pero al final le despidieron, le dieron la indemnización y comenzó su lucha judicial para que se le reconociera su derecho a la incapacidad. Ahora dice que está mejor, pero ¿cómo se vive así?. La respuesta de Ricardo es rápida: "se vive muy mal, porque las relaciones sociales te las limita, además hay gente que no lo entiende, que piensa que estás loco, y no lo estoy porque los campos electromagnéticos afectan a todos".

 

"En algunos, como a mí, produce síntomas de este tipo y en otros no los tienen directamente y les da un cáncer", concluye este ingeniero de telecomunicaciones, que dice sentir vergüenza porque la materia en la que se formó "se haya usado para dañar a la humanidad".

Un español alérgico al wifi logra la incapacidad