El avance de los talibanes retrotrae a los peores momentos de la historia reciente de ese país, Afganistán. Las aparentes promesas quizás no sean más que mensajes tranquilizadores para los países del primer mundo que tenían en Kabul a sus representantes diplomáticos. En cuanto el último extranjero salga de país, el tiempo se acaba el próximo día 31, ¿se mantendrán las promesas? Está claro que la ciudadanía afgana tiene miedo. Lo tienen las mujeres y los niños, porque la historia nos dice que fueron las primeras víctimas de los talibanes, pero lo tienen también los varones que ansían vivir en paz.
El futuro es incierto para la población civil, lo es para las naciones limítrofes y lo es para el mundo entero. Afganistán es una pieza de un tablero internacional en el y con el que Rusia y China ansían reforzar su poder. Poco se habla de eso, y mucho del error y de los errores cometidos por Occidente. Y mientras los expertos y los comentaristas dilucidan quién es el culpable del rápido avance talibán, ¿quién ayudará a los civiles afganos? Y en caso de que estos puedan cruzar las fronteras su país, ¿quién les acogerá? ¿en qué condiciones? Afganistán es hoy un problema político, pero sobre todo es un problema humanitario para el que durante veinte años nadie se preparó.