martes. 12.11.2024

Bodas: Cuando "Hasta que la muerte nos separe" se convierte en "Hasta que la cartera reviente"

Ah, las bodas… Ese día en el que dos personas deciden unir sus vidas "hasta que la muerte los separe"… o hasta que el presupuesto aguante, que ya no es lo mismo. dulces no puede faltar.

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Ah, las bodas… Ese día en el que dos personas deciden unir sus vidas "hasta que la muerte los separe"… o hasta que el presupuesto aguante, que ya no es lo mismo. Antes, un enlace era sencillo: misa, banquete, baile y el inevitable "Paquito el Chocolatero". Pero claro, los tiempos cambian, y las bodas ya no son lo que eran. Ahora, si no tienes un robot con láser, un burro blanco y un rincón glitter para que los invitados se pinten como si estuvieran en un festival de música electrónica, ¿qué estás haciendo? ¡Por Dios, que esto es una boda, no la comunión de tu prima pequeña!

Antiguamente, en Galicia, una boda era cosa seria, pero también sencilla. Se invitaba a los más allegados, te echabas unos bailes, comías hasta que el pantalón pedía tregua y, si sobraba algo, te llevabas un tupper para el día siguiente. Ahora, en cambio, los novios parecen estar en una competición no declarada: quien más despilfarre, gana. Que si "mi boda tiene que ser la más espectacular", que si "quiero una entrada en helicóptero con fuegos artificiales", que si "el Dj que pinche tiene que haber pasado por Ibiza, o nada"... Y claro, a este paso, se nos está yendo un poquito de las manos.

La boda de la abuela y la boda del nieto: un abismo de diferencias

Si la abuela del novio se levantara de su silla de mimbre y viera en lo que se han convertido las bodas, probablemente le daría un infarto, y no por la emoción, precisamente. Antes, casarse era un acto íntimo, familiar, con el cura del pueblo, la banda municipal y un menú que consistía en empanada, lacón y filloas. ¡Eso sí que era una boda con fundamento! ¿Y el presupuesto? Lo justo y necesario para que nadie se quedara con hambre ni sed. Pero claro, ahora eso no basta.

Hoy, si no tienes un rincón de tatuajes temporales o una batucada en la barra libre, parece que te estás casando en tiempos de la posguerra. ¡No hay glamour, hombre! Lo de menos es la ceremonia; lo importante es la fiesta. No vaya a ser que los invitados se aburran. Porque, ¿a qué hemos venido aquí? ¿A celebrar el amor o a demostrar que podemos tirar la casa por la ventana y el presupuesto por el tejado?

¿Y cuánto cuesta este "amor" de hoy en día?

Hablemos de números, porque claro, el amor, como todos sabemos, no tiene precio... ¡pero una buena boda, sí que lo tiene! Y menudo precio. En el país de la empanada, ya no hablamos de "poner la casa por el tejado", ¡es que directamente la boda cuesta lo mismo que la entrada de la casa! Algunos hablan de 30.000 euros, otros de 60.000, ¡y hay quien llega a los 100.000! Y tú pensando: "¿Para casarse o para comprarse un ático en Vigo con vistas a las Cíes?"

Pero claro, el menú tampoco se queda corto. Porque ya no vale con el típico cortador de jamón, que no daba abasto en las bodas de antes. ¡Qué va! Ahora te plantan un food truck aquí, una barra libre allá, la recena por si a alguien le entra hambre a las dos de la mañana (como si no hubiéramos comido en todo el día), y para rematar la faena, la mesa de dulces, por supuesto. Porque si algo aprendimos del confinamiento es que la mesa de dulces no puede faltar.

¿Quién manda en una boda hoy? Las redes sociales, claro está

Pero, ojo, que lo que de verdad manda en una boda moderna no son los novios, ni la suegra, ni siquiera el cura… ¡son las redes sociales! Porque no hay enlace que se precie sin su hashtag personalizado, su sesión de fotos a contraluz y su vídeo épico que parece sacado de una película de Hollywood. Que no se te ocurra casarte sin haber contratado al fotógrafo con más seguidores en Instagram, que si no, los “me gusta” no suben. Y claro, al final todo tiene que estar perfectamente calculado para que las fotos salgan bonitas: desde las velas hasta las flores, pasando por el DJ y los trajes. Nada puede quedar al azar, no vaya a ser que no consigas suficientes likes.

Lo de cambiarse de traje ya es un clásico. Antes, las novias tenían un vestido (¡uno!), y con ese hacían todo: se casaban, bailaban y aguantaban hasta que el último se iba a casa. Ahora no: ahora lo que se lleva es tener al menos dos trajes, y si puedes, tres. Y que cada uno sea más espectacular que el anterior. ¡Por Dios, que luego hay que subir todas las fotos a las redes y no puede ser que siempre lleves el mismo vestido!

Y el menú... que no falte el glamour

Pero, ¿qué sería de una boda sin el menú adecuado? Lo que antes se resolvía con un buen plato de marisco, una carne asada y un poco de tarta de almendra, ahora es una auténtica experiencia gourmet. Que si platos deconstruidos, que si sushi, que si fusión gallego-japonesa. Lo importante es que tus invitados no solo coman, ¡sino que flipen! Porque si el menú no está a la altura, te arriesgas a que alguno se quede con hambre (o, peor aún, a que se queje en redes sociales, ¡qué horror!).

Y claro, como todo en la vida, el espectáculo debe seguir. Así que si no tienes una batucada que despierte hasta a los que se han pasado con el albariño, o un robot con láser haciendo de las suyas en medio de la pista de baile, pues algo falla. Ya lo dijo tu tía la del pueblo: "Ai, que estos mozos ya no saben lo que inventar". Y razón no le falta.

¿Dónde quedó lo importante?

Entre tanta fanfarria, robots, batucadas y mesas de dulces, a uno le queda la duda: ¿dónde quedó lo importante? Porque claro, esto era para celebrar el amor, ¿no? Pues parece que lo único que se celebra hoy en día es quién tiene la boda más espectacular. Que si la hora loca, que si los acróbatas estilo Ibiza… Y mientras tanto, el abuelo del novio sentado en un rincón preguntándose en qué momento dejaron de poner empanada de zamburiñas en las bodas.

Así que, amigos, entre robots con láser y hashtags personalizados, quizás sea el momento de recordar que las bodas no deberían ser una competición de presupuestos. Porque, al final, como bien sabemos los gallegos, lo importante no es cuánto gastes ni cuántos disfraces traigas… lo importante es que, al menos, haya buena comida, buena fiesta y, sobre todo, mucho amor.

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