Dicen que el amor todo lo puede. Pero claro, el amor de quién, porque el de los recién estrenados padres se pone a prueba como si fuese un capítulo de Supervivientes. Uno empieza la relación con cenas románticas, viajes de fin de semana y maratones de series (y de otras cosas), y en cuanto llega la criatura… ¡zas! Se acabó la tranquilidad. A partir de ahí, la vida de pareja se convierte en un campo de batalla donde el enemigo no es la suegra, ni el vecino que te roba el aparcamiento, sino un ser diminuto con un llanto ultrasónico y una capacidad innata para detectar el momento exacto en el que los padres intentan recuperar su vida pre-bebé.
Antes, las discusiones eran por cosas de adultos: qué ver en Netflix, dónde cenar o si es mejor la tortilla con o sin cebolla. Ahora, la gran batalla es quién cambia el próximo pañal y cuánto tiempo ha dormido cada uno (spoiler: nunca es equitativo). Y, ojo, porque las parejas pasan de ser compañeros de vida a ser compañeros de logística. “¿Tú compras las toallitas?”, “Yo llevo al niño a la guardería”, “No olvides pedir cita con el pediatra”... Y si por un casual alguien menciona la palabra sexo, no es para practicarlo, sino para recordar con nostalgia aquellos tiempos en los que no había interrupciones cada media hora.
Si ya la convivencia en pareja es una prueba de resistencia, la paternidad es el Ironman de la vida en común. Y aunque en las películas pinten todo muy bonito, la realidad es que hay días en los que uno se mira en el espejo y se pregunta: “¿Quién soy, dónde estoy y por qué tengo una mancha de puré en el jersey?”.
Pero no todo es malo, ojo. También hay momentos gloriosos, como cuando el bebé duerme más de tres horas seguidas y te sientes como si hubieras ganado la lotería, o cuando descubres que el otro sigue ahí, aunque sea con ojeras, el café frío y una paciencia que ni los monjes tibetanos.
Dicen que las crisis de pareja tras la llegada de un hijo se pueden superar con amor y esfuerzo. Y es verdad, pero tampoco viene mal un poco de ayuda extra: una buena dosis de humor, noches de descanso (cuando se pueda) y, si todo falla, dejar al niño con los abuelos y escaparse a recuperar el espíritu de aquellos tiempos en los que la única preocupación era qué hacer un sábado por la noche.
Así que ánimo, papás y mamás. Si habéis sobrevivido a los primeros meses sin tiraros los trastos a la cabeza (o al menos no todos), ya habéis superado lo peor. Porque al final, la vida en pareja es como un buen cocido gallego: a veces es un lío de ingredientes, otras se te atraganta, pero con paciencia y cariño, siempre sienta bien.