viernes. 11.10.2024

Generación Z: Lujos, selfies y después... las quejas

Quizá es que lo queremos todo y lo queremos ya, pero la vida no es un catálogo de Amazon.

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No sé si a alguien más le pasa, pero cada vez que escucho a un chaval de la Generación Z quejarse de que no pueden comprar una vivienda, me entra la risa floja. Claro, están en lo cierto: la vida está carísima. No se lo niego. Pero luego me los encuentro en redes sociales o, si me apuras, en la cafetería de la esquina, donde la consumición mínima es un café con leche de avena a 3 euros. Y no una, no. Cinco veces a la semana, sin pestañear. Y es que la generación Z no se corta un pelo. Lo quieren todo, lo más grande, lo más caro y lo más rápido. Que las cosas se hagan esperar no entra en su vocabulario, eso es cosa de abuelos.

Móviles de última generación, como si la vida misma dependiera de cuántas cámaras tiene el bicho ese que llevan en el bolsillo. Que si el iPhone nuevo cada dos años, que si unas zapatillas de marca que bien podrían costar lo mismo que dos semanas de alquiler. Vacaciones, por supuesto, ¡porque cómo vamos a perder el tiempo descansando en casa! Mejor un viajecito a Bali o a la Riviera Maya para desconectar de todo el "estrés" de un año lleno de Netflix y TikTok.

Luego está el temita de las salidas. El que no sale los fines de semana no está vivo, parece. Y si pueden salir también entre semana, ya es la repanocha. Porque el jueves es casi viernes, y el martes, bueno, es que me lo pidió el cuerpo. Cualquier excusa es buena para darle al ocio sin mirar atrás. Las cenas fuera de casa se han convertido en un deporte de alto riesgo económico, pero, ¡eh!, que no falte la foto en Instagram con el gin-tonic o el poke bowl.

Y luego llega el drama, porque la vida es un drama. Lloran y se quejan de que no pueden ahorrar para una casa, y claro, ¿cómo van a hacerlo si cada vez que tienen cuatro euros en el bolsillo, ya están pensando en qué los van a gastar? A los que no hemos nacido con un Apple Watch pegado a la muñeca, eso nos hace sonreír, no lo voy a negar. Porque en nuestros tiempos —y tampoco es que seamos tan viejos, ¡ojo!— sabíamos que si querías tener algo, había que sudarlo. Y sí, también había caprichos, pero a lo mejor no tantos ni tan a menudo.

Quizá es que lo queremos todo y lo queremos ya, pero la vida no es un catálogo de Amazon. Y aunque sueñen con la casa en la playa, tal vez primero deberían cambiar las prioridades y dejar de gastar como si no hubiera mañana. Pero, claro, decirle eso a un Z es como decirle a un gallego que no se coma otro pulpo en las fiestas del pueblo: te va a mirar raro y seguir a lo suyo. ¡Qué le vamos a hacer!

Así que, queridísimos Zetas, cuando os escucho quejaros de que no podéis comprar una casa mientras compartís stories desde el avión de vuelta de otra escapadita "express", me entra la risa... con retranca, claro. ¡Habrá que seguir esperando a que la tormenta pase!

Generación Z: Lujos, selfies y después... las quejas