viernes. 07.02.2025

Menos horas, más retranca: la productividad a la gallega

Hay una verdad universal que todos conocemos: la productividad no se mide por el número de horas que pasas frente a la pantalla, sino por cuánto tiempo logras mantenerte despierto sin comprobar el móvil cada cinco minutos.
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Hay una verdad universal que todos conocemos: la productividad no se mide por el número de horas que pasas frente a la pantalla, sino por cuánto tiempo logras mantenerte despierto sin comprobar el móvil cada cinco minutos. Y ahora, con el debate sobre la reducción de la jornada laboral a 37,5 horas semanales, parece que estamos a punto de desafiar esa lógica de "cuanto más tiempo, más trabajo".


Imaginemos la escena: un ejecutivo trajeado, rodeado de gráficos que no entiende del todo, exclamando en una sala de reuniones: "¡Si trabajan menos horas, cómo vamos a llenar los informes de 'horas extras no pagadas'!". Porque, admitámoslo, lo de medir la productividad por el tiempo es una costumbre difícil de erradicar. "¿Trabajaste 12 horas ayer? ¡Eres un héroe!" Pero, ¿y si la mitad de ese tiempo lo pasaste mirando videos de gatos? ¿Eres menos productivo? No lo creo, los gatos inspiran.


Pensar que más tiempo equivale a más productividad es como creer que cuanto más comes en un bufé libre, mejor chef eres. La clave está en la eficiencia, no en la cantidad. Pero claro, muchas empresas siguen atrapadas en el paradigma de "si no te veo trabajando, no trabajas". Ese mismo paradigma que justifica reuniones eternas que podrían haber sido un email.

Aquí en Galicia sabemos bien lo que es la productividad. Somos capaces de plantar una viña, criar cerdos y organizar una fiesta gastronómica todo el mismo día. Pero, claro, eso es productividad "de la nuestra". En el trabajo de oficina, la cosa igual cambia. Y no es porque no queramos trabajar, es porque la productividad, lo sabe cualquiera que haya escuchado una conversación en la barra del bar, no tiene nada que ver con las horas que pasas sentado en una silla. Si fuera así, los jubilados que pasan horas jugando a la brisca serían los más productivos del país.


Reducir la jornada no es un capricho, es de sentido común. Nadie es eficiente después de la sexta hora pensando en lo que va a cenar o en si le quedó la lavadora puesta. Porque, seamos sinceros, ¿qué hacemos esas últimas horas? Pues tirar de esa ancestral habilidad gallega de parecer ocupado. Movemos papeles, abrimos documentos, le damos al “reenviar” en los correos y, de vez en cuando, echamos un vistazo rápido a la previsión del tiempo por si va a llover (spoiler: va a llover).


Pero claro, para las empresas, menos horas trabajadas suena a menos beneficios. Y ahí es donde entra nuestra retranca: ¿de verdad creen que estar en la oficina más tiempo significa trabajar más? No, hombre, no. Trabajar menos no es el problema; el problema es trabajar mal. Lo que necesitamos es menos reuniones absurdas, menos interrupciones, y más descansos para pensar en cómo sacar adelante el trabajo sin llegar agotados a casa.


Queridos empresarios, relájense un poco. No se va a hundir el mundo porque trabajemos menos horas. De hecho, igual hasta sube la productividad, porque al final del día, lo que más rinde es un trabajador que tiene ganas de trabajar, no uno que está deseando largarse. Y si no me creen, pasen por Galicia, que entre café, cañas y conversación, igual les explicamos cómo ser productivos con menos ruido y más retranca.

Menos horas, más retranca: la productividad a la gallega