En los últimos tiempos, parece que uno no puede hablar de vivienda sin que le mencionen, con tono preocupado y ceño fruncido, el término “zonas tensionadas”. Así, como si de una plaga bíblica se tratara, este concepto ha llegado para quedarse, y nuestras queridas ciudades gallegas no se han salvado de entrar en el debate nacional sobre quién puede y quién no puede permitirse un techo. Porque, claro, ¿cómo íbamos a imaginar que, en pleno siglo XXI, el lugar donde vivimos se convertiría en una cuestión de estado? ¡Como si no fuera bastante lidiar con la factura de la luz!
Pero, como buenos gallegos, también tenemos algo que decir sobre este fenómeno. En primer lugar, ¿qué es exactamente una zona tensionada? ¿Es que las casas en esas áreas tienen los cimientos más apretados? ¿O será que los vecinos viven en permanente estrés? Pues no. Resulta que es un término muy moderno para describir aquellos sitios donde los alquileres están más altos que la torre de Hércules, y donde encontrar un piso asequible es casi tan difícil como ganar un premio gordo en la lotería de Navidad. Pero tranquilos, que para eso ya están nuestros gobernantes con sus soluciones mágicas.
La cuestión, sin embargo, es que el gran enemigo en esta historia son los alquileres vacacionales. Ah, sí, esos apartamentos que antes servían para que un paisano viviese tranquilamente con su familia, y ahora son alquilados a turistas que vienen a ver la Galicia "auténtica". Porque claro, a quién se le ocurriría alquilar una casa a alguien que necesita vivir en ella, pudiendo sacar unos euros más dándosela a un par de forasteros que, con suerte, ni sabrán distinguir entre un albariño y un ribeiro.
Y no vayamos a pensar que la turismofobia es algo de lo que los gallegos estamos exentos. ¡De eso nada! Que aquí también tenemos derecho a decir que si los pisos están caros es culpa de los turistas, aunque al mismo tiempo, nos guste tener a esos mismos turistas llenando los bares y restaurantes de la rúa del Franco o de la Plaza Mayor en Ourense. Y es que, queridos vecinos, aquí hay para todos: la culpa es compartida, pero el beneficio, ese no lo vemos por ninguna parte.
Por otro lado, si tienes la suerte de vivir en una zona que no es tensionada, tranquilo. Eso significa que los precios no suben... tanto. Pero no te relajes demasiado, que ya sabemos cómo va esto. Hoy vives en un sitio donde los alquileres son "normales", y mañana te encuentras con que alguien ha decidido convertir tu barrio en la nueva meca del turismo rural. Porque, aunque parezca mentira, los turistas también se han cansado de la playa y ahora buscan la experiencia "auténtica" en mitad del campo. Y allí donde hay demanda, los precios suben más rápido que la marea en Riazor.
Claro que también hay quien defiende que los alquileres suben porque la calidad de vida mejora. ¿Quién iba a pensar que la Coruña, Vigo o Santiago se convertirían en referentes europeos del bienestar? A este paso, lo único que nos falta es que nos coloquen en alguna lista de “ciudades de ensueño para expatriados” y entonces sí que estaremos todos apañados.
Lo irónico del asunto es que, mientras tanto, muchos gallegos se han tenido que ir a vivir fuera de las grandes ciudades, no porque les guste más el campo, sino porque los alquileres son más asequibles. A fin de cuentas, ¿para qué vas a vivir en la ciudad, con todos esos servicios y comodidades, cuando puedes disfrutar del lujo de una vida rural, rodeado de naturaleza y, si tienes suerte, con internet que funcione? ¡Qué mejor forma de desconectar del estrés de la vida moderna que no poder conectarte a nada!
Pero no todo está perdido. Porque, por supuesto, siempre se puede confiar en que las autoridades hagan algo al respecto. Nos hablarán de controles de precios, de ayudas a la vivienda, de planes de urbanismo. Y nosotros, con toda nuestra paciencia gallega, seguiremos esperando a que alguna de esas promesas se haga realidad, mientras el coste de la vida sigue subiendo y los alquileres vacacionales se multiplican.
Así que, al final, quizás la mejor solución sea tomárselo con calma y resignarse, como buenos gallegos, a que la vivienda es, hoy en día, un lujo más que un derecho. Porque mientras sigamos escuchando eso de que vivimos en un sitio tan maravilloso que todo el mundo quiere estar aquí, no queda más que asumir que tener casa propia es casi un acto de heroicidad. ¡Y luego dicen que no sabemos de sacrificios!