Cuando en el año 2015 adquirí el compromiso de citarme semanalmente con ustedes a través de esta sección, ya les avancé que mi intención no era otra que convertir este espacio en “una ventana abierta a la reflexión y a la difusión de inquietudes, consideraciones o revelaciones que merezcan ser compartidos”. Y así sigue siendo hoy, nueve años después.
Como usted, querido lector o lectora, habrá podido atestiguar ni compromiso desde estas líneas siempre ha sido el de proponer ideas que puedan mejorar las cosas y la calidad de vida de las personas, así como denunciar los abusos, vinieran de donde vinieran.
Ha habido en estos últimos años muchos temas que han ido asomando de manera recurrente a este rincón: la defensa a ultranza de la independencia del poder judicial, la denuncia de las consecuencias que los gallegos sufrimos por tener que pagar un peaje por la movilidad, entre las que figura el sufrir el más elevado índice de muertes en carretera de España; la reivindicación de que los recursos energéticos reviertan en todos; la demanda de una distribución territorial equitativa, la procura de un turismo de excelencia para nuestra tierra… En fin, ya ustedes saben.
Pero si, por encima de cualquier otra cuestión, ha habido un caballo de batalla que ha sobrevolado esta sección durante todo su recorrido, ese ha sido la defensa de la igualdad. De la igualdad entre personas, con independencia de su lugar de nacimiento o de residencia. De la igualdad en derechos y deberes. De la igualdad ante la justicia. De la igualdad a la hora de acceder a determinados cargos o funciones. De la igualdad entre territorios. De la igualdad en cuanto a inversiones y desarrollo de infraestructuras. Y, por supuesto, de la igualdad en el acceso a cuestiones tan esenciales como la sanidad y la educación.
Por todo ello, no solo me ha llamado la atención sino que me he sentido absolutamente identificado con un artículo de Inma Lindón sobre Celia Carbonell abogado, la conocida como “la abogada de los vulnerables”, una alicantina que lleva años rebelándose en los tribunales contra el abuso que ejerce el poderoso sobre el ciudadano, así como contra la propia justicia cuando no cumple con su deber de protección.
“No hay cosa más terrible que una persona injusta con armas y poder”, dice Celia Carbonell. Y no puedo estar más de acuerdo con ella. Pocas veces he encontrado una sentencia tan inspiradora. “Nos quieren idiotas y sin criterio (…) Abusan y casi nadie se rebela”, añade.
Efectivamente. Es por ello –y contra ello- que, modestamente, cada martes intento aportar mi granito de arena. Supongo que casi nunca consigo nada, pero, desde luego, mucho menos conseguiría si me rindiese. Que es precisamente lo que buscan los poderosos.
Conocer los principios y la ejemplares iniciativas de Celia Carbonell no solo me ha reconfortado sino que me reafirma en mis convencimientos y me renueva la esperanza en la humanidad y en esta sociedad. No estamos solos.