18 de julio de 2023, 13:04
Si las previsiones se confirman, todo indica que a partir de la próxima semana va a haber un cambio en el rumbo de este país. Será ese el momento idóneo para retomar determinados asuntos que incomprensiblemente llevan demasiado tiempo fuera de la agenda política. O por lo menos, de la agenda política de quienes hoy nos gobiernan.
Como presidente de una federación de empresarios, mantengo contacto con frecuencia con personas del colectivo. Con gentes de muy diversa condición política, de muy distintos sectores y con diferentes demandas e inquietudes. A todos nos une el hecho de defender a capa y espada nuestra condición de emprendedores y de generadores de empleo y riqueza, manteniendo a flote nuestros negocios, tarea para la que en demasiadas ocasiones carecemos de apoyos. O de los apoyos que realmente necesitamos. Porque, y esta es una cuestión recurrente en estas charlas con empresarios y autónomos, prácticamente ninguno estamos satisfechos con el modelo de subvenciones tal y como está siendo planteado y gestionado por las instituciones. Un modelo en el que, al final, nunca sabes a dónde llega el dinero, ni cuánto ni cómo, ni por qué llega a donde llega.
El modelo actual de subvenciones no tiene en cuenta factores como la cualificación profesional o la viabilidad del proyecto. Solo beneficia a los más aguilillas, a los más ágiles, a quienes tienen la experiencia y, en no pocas ocasiones, los contactos para su gestión y tramitación. Con lo cual llega a generarse una suerte de competencia desleal, ya que esos más aguilillas disponen de más medios y recursos para proyectar sus negocios que otros emprendedores que, a pesar de ser grandes profesionales, se quedan fuera del reparto.
Si hay dinero en las arcas públicas para subvenciones es que ha recursos. Y si hay recursos, es que estamos pagando de más. Es por ello que considero que en lugar de conceder estas subvenciones a discreción -de las que, ya digo, nunca se sabe muy bien quiénes son los beneficiarios, pero que solo llegan a unos pocos-, sería mucho más eficaz y justo eximir de determinados impuestos a los empresarios, a todos, y que estos dediquen esos recursos a lo que consideren más oportuno para mejorar sus negocios.
Por supuesto, hay que mantener las ayudas para los emprendedores que están empezando a poner en marcha sus negocios. Pero también en este caso se puede modificar el modelo y en lugar de asignar cantidades fijas en función de criterios que no suelen tener casi nada de objetivos, creo que lo que deberían hacer las instituciones es, por ejemplo, avalar los créditos que tengan que solicitar estos jóvenes y que no tengan que ser sus familias quienes pongan esos avales.
En muchas ocasiones he dicho que lo que necesitamos los empresarios, casi más que ayudas, es que no nos pongan dificultades. Que nos dejen hacer. Que nos faciliten las gestiones, que nos liberen de burocracia y de cargas impositivas en muchos casos absurdas. Con eso nos conformamos. Non repartan subvenciones. Es mucho mejor que no nos quiten lo que ya tenemos.
Como presidente de una federación de empresarios, mantengo contacto con frecuencia con personas del colectivo. Con gentes de muy diversa condición política, de muy distintos sectores y con diferentes demandas e inquietudes. A todos nos une el hecho de defender a capa y espada nuestra condición de emprendedores y de generadores de empleo y riqueza, manteniendo a flote nuestros negocios, tarea para la que en demasiadas ocasiones carecemos de apoyos. O de los apoyos que realmente necesitamos. Porque, y esta es una cuestión recurrente en estas charlas con empresarios y autónomos, prácticamente ninguno estamos satisfechos con el modelo de subvenciones tal y como está siendo planteado y gestionado por las instituciones. Un modelo en el que, al final, nunca sabes a dónde llega el dinero, ni cuánto ni cómo, ni por qué llega a donde llega.
El modelo actual de subvenciones no tiene en cuenta factores como la cualificación profesional o la viabilidad del proyecto. Solo beneficia a los más aguilillas, a los más ágiles, a quienes tienen la experiencia y, en no pocas ocasiones, los contactos para su gestión y tramitación. Con lo cual llega a generarse una suerte de competencia desleal, ya que esos más aguilillas disponen de más medios y recursos para proyectar sus negocios que otros emprendedores que, a pesar de ser grandes profesionales, se quedan fuera del reparto.
Si hay dinero en las arcas públicas para subvenciones es que ha recursos. Y si hay recursos, es que estamos pagando de más. Es por ello que considero que en lugar de conceder estas subvenciones a discreción -de las que, ya digo, nunca se sabe muy bien quiénes son los beneficiarios, pero que solo llegan a unos pocos-, sería mucho más eficaz y justo eximir de determinados impuestos a los empresarios, a todos, y que estos dediquen esos recursos a lo que consideren más oportuno para mejorar sus negocios.
Por supuesto, hay que mantener las ayudas para los emprendedores que están empezando a poner en marcha sus negocios. Pero también en este caso se puede modificar el modelo y en lugar de asignar cantidades fijas en función de criterios que no suelen tener casi nada de objetivos, creo que lo que deberían hacer las instituciones es, por ejemplo, avalar los créditos que tengan que solicitar estos jóvenes y que no tengan que ser sus familias quienes pongan esos avales.
En muchas ocasiones he dicho que lo que necesitamos los empresarios, casi más que ayudas, es que no nos pongan dificultades. Que nos dejen hacer. Que nos faciliten las gestiones, que nos liberen de burocracia y de cargas impositivas en muchos casos absurdas. Con eso nos conformamos. Non repartan subvenciones. Es mucho mejor que no nos quiten lo que ya tenemos.