Hay personas que por mucho que lo intenten y se esfuercen jamás son capaces de sentirse cómodas en saraos públicos. En cambio, hay otras que sin apenas hacer nada se desenvuelven en ellos como si fuese el más natural de sus hábitats.
En este segundo grupo está el siempre jovial y desenfadado periodista Rodrigo Cota. Un hecho que igual tiene que ver con esa habilidad a la hora de manejar “el arte de hacer la pelota honestamente”, del que hablaba hace unos días en su fantástica crónica en este diario de los premios Pontevedreses 2024.
He de reconocer que en ocasiones incluso he llegado a sentir celos de él. Y es que año tras año, no falla, alguno de los presentes en la mesa presidencial de estos premios siempre hace alguna alusión a Rodrigo Cota. Y eso, a pesar de que mis artículos tienen muchos miles de lectores más que los suyos (modo ironía). Lo cual viene a demostrar fehacientemente, una vez más, que yo soy del todo nulo, un cero a la izquierda, en el arte del peloteo. Tendré que aplicarme en el futuro y tomar buena nota del maestro Cota.
Y ya que la cosa va de pelotas, quien esta vez no ha tenido valor de tocárselas a sus amigos y socios navarros ha sido nuestro flamante y brillante (modo ironía, de nuevo) ministro de Cultura, Ernest Urtasun, barcelonés de nacimiento pero de ascendencia navarra.
El ministro, que hace unos meses se cargó de un plumazo el Premio Nacional de Tauromaquia, permanece estos días callado y bien callado ante esa aberración, tanto animal como humana, que son los encierros de San Fermín.
¿O es que resulta que lo que en otras comunidades es una salvajada, en Navarra –donde hay un gobierno amigo- es un arte?
No es la primera vez que comento en estas líneas que los encierros de San Fermín me parecen una barbaridad y que si en mi mano estuviese, los prohibiría. ¿Por el maltrato al animal? Pues también. Pero básicamente por el maltrato al ser humano.
Es inconcebible que se siga celebrando un evento que en tres minutos genera semejante parte de guerra diario. Durante esta semana, cada mañana asistimos con una naturalidad que a mí me deja perplejo, a la lectura de un balance de no sé cuántos heridos a los que, de cuando en vez, hay que sumar algún muerto.
Me asombra, por ejemplo, cuando escucho a los comentaristas decir que ha habido 50 heridos pero que solo uno por asta de toro. ¡Ah! Que las decenas de lesiones medulares o craneoencefálicas que produce esa absurda carrera, no tienen importancia. Pregúnteselo, amigo comentarista, a las muchas personas que han sacado su billete para el Hospital Nacional de Parapléjicos de Toledo en la calle Estafeta.
Ya sé que me saltarán a la yugular quienes defienden que los encierros son una tradición. Pero tampoco lo es tanto. En el formato actual los encierros se remonta al siglo XVIII. Sin embargo, en la península ibérica se celebran espectáculos taurinos desde el siglo VIII y la primera corrida de toros se documentó en el año 1.135. Ahí sí que hablamos de una honda tradición. Pero eso al señor Urtasun poco le importó. En realidad, yo creo que le importa bastante poco todo, salvo mantener su puesto, aunque sea a costa de hacer la pelota. Y no honestamente, como el amigo Cota.