11 de julio de 2023, 9:04
Llegadas estas fechas, vivo sin vivir en mí cada mañana a raíz de lo que veo y escucho en relación a los encierros de las fiestas de San Fermín.
Yo, que me confieso una persona de derechas y amante de la tradiciones, me manifiesto absolutamente en contra de la celebración de los encierros. A día de hoy me parecen un absoluto sin sentido.
Tras cada una de estas carreras, asistimos a diario, me atrevo a decir que con asumida naturalidad, a un parte de guerra en el que como mínimo una docena de chavales tienen que ser traslados al hospital, en muchos casos con heridas de gravedad. Me parece absolutamente inconcebible que permitamos un evento que sabemos que va a conllevar, sí o sí, que un número indeterminado pero para nada desdeñable de personas jóvenes y sanas vayan a sufrir y padecer múltiples traumatismos, roturas, que puedan queda parapléjicas o que incluso puedan morir. Me parece una auténtica barbaridad.
¿Qué pasaría si usted supiera que se va a llevar a cabo un atentado que va a provocar lesiones, en algunos casos, muy graves a un centenar de personas? ¿No haría nada por tratar de evitarlo? Pues en Pamplona, cada mes de julio se sabe que va a haber más de cien heridos –cuando no algún muerto- y nadie hace nada por impedirlo. Al contrario, se promueve y se algarea. Y en las crónicas televisivas se celebra que no haya habido ningún herido “por asta de toro”. Como si una lesión vertebral, como las que padecen muchos corredores, no fuese una consecuencia de gravedad.
Insisto en que me confieso amante de las tradiciones, pero ello no es óbice para que se actualicen cuando se pone en juego la vida de un ser vivo. Y más aún cuando ese ser vivo es una persona. Igual que, con toda razón y justicia, se prohibió en su día tirar a la cabra del campanario o se reguló el Toro de la Vega, que también eran tradiciones arraigadas, habría que impedir la sangría humana que cada día suponen los encierros de los Sanfermines.
Imagino que a estas alturas del artículo ya habrá animalistas que se estén echando las manos a la cabeza. No se preocupen. No soy para nada fan de las corridas de toros y denuncio todo maltrato animal, incluido el del toro de lidia. Pero por encima del animal yo priorizo la integridad de las personas y de ahí que ese sea el objeto de este texto.
A mayores y a modo de anexo al artículo publicado la semana pasada sobre señales de un mundo al revés, tengo un nuevo motivo de perplejidad. Escucho en esta campaña propuestas como la gratuidad del transporte público para los menores de 24 años. Sin embargo, si un autónomo tiene que desplazarse desde el rural para realizar un negocio no encontrará ninguna ayuda para poder hacerlo. Al contrario, todo son inconvenientes. No hay conexiones y las pocas que existen tienen un precio abusivo o descontrolado. Es decir, que quienes necesitan desplazarse para hacer de esta economía más competitiva han de hacerlo en las peores condiciones y por su propia cuenta y gasto. En tanto que los jóvenes, que en muchos casos se desplazan por ocio, lo harán de manera gratuita. Y por supuesto excluyo de esta crítica a los muchos jóvenes que utilizan el transporte público para ir a la universidad o a sus primeros trabajos. Pero primar el ocio en detrimento del negocio me parece, lo repito, el mundo al revés.
Yo, que me confieso una persona de derechas y amante de la tradiciones, me manifiesto absolutamente en contra de la celebración de los encierros. A día de hoy me parecen un absoluto sin sentido.
Tras cada una de estas carreras, asistimos a diario, me atrevo a decir que con asumida naturalidad, a un parte de guerra en el que como mínimo una docena de chavales tienen que ser traslados al hospital, en muchos casos con heridas de gravedad. Me parece absolutamente inconcebible que permitamos un evento que sabemos que va a conllevar, sí o sí, que un número indeterminado pero para nada desdeñable de personas jóvenes y sanas vayan a sufrir y padecer múltiples traumatismos, roturas, que puedan queda parapléjicas o que incluso puedan morir. Me parece una auténtica barbaridad.
¿Qué pasaría si usted supiera que se va a llevar a cabo un atentado que va a provocar lesiones, en algunos casos, muy graves a un centenar de personas? ¿No haría nada por tratar de evitarlo? Pues en Pamplona, cada mes de julio se sabe que va a haber más de cien heridos –cuando no algún muerto- y nadie hace nada por impedirlo. Al contrario, se promueve y se algarea. Y en las crónicas televisivas se celebra que no haya habido ningún herido “por asta de toro”. Como si una lesión vertebral, como las que padecen muchos corredores, no fuese una consecuencia de gravedad.
Insisto en que me confieso amante de las tradiciones, pero ello no es óbice para que se actualicen cuando se pone en juego la vida de un ser vivo. Y más aún cuando ese ser vivo es una persona. Igual que, con toda razón y justicia, se prohibió en su día tirar a la cabra del campanario o se reguló el Toro de la Vega, que también eran tradiciones arraigadas, habría que impedir la sangría humana que cada día suponen los encierros de los Sanfermines.
Imagino que a estas alturas del artículo ya habrá animalistas que se estén echando las manos a la cabeza. No se preocupen. No soy para nada fan de las corridas de toros y denuncio todo maltrato animal, incluido el del toro de lidia. Pero por encima del animal yo priorizo la integridad de las personas y de ahí que ese sea el objeto de este texto.
A mayores y a modo de anexo al artículo publicado la semana pasada sobre señales de un mundo al revés, tengo un nuevo motivo de perplejidad. Escucho en esta campaña propuestas como la gratuidad del transporte público para los menores de 24 años. Sin embargo, si un autónomo tiene que desplazarse desde el rural para realizar un negocio no encontrará ninguna ayuda para poder hacerlo. Al contrario, todo son inconvenientes. No hay conexiones y las pocas que existen tienen un precio abusivo o descontrolado. Es decir, que quienes necesitan desplazarse para hacer de esta economía más competitiva han de hacerlo en las peores condiciones y por su propia cuenta y gasto. En tanto que los jóvenes, que en muchos casos se desplazan por ocio, lo harán de manera gratuita. Y por supuesto excluyo de esta crítica a los muchos jóvenes que utilizan el transporte público para ir a la universidad o a sus primeros trabajos. Pero primar el ocio en detrimento del negocio me parece, lo repito, el mundo al revés.