martes. 16.04.2024

Ilusión y la realidad.

 He escuchado y leído algunas de las intenciones que animan a alcaldesas y alcaldes cuando todavía no lo eran, y advierto una enorme confianza en que desde su sillón vayan a llevar a cabo una revolución en la sociedad. 

He escuchado y leído algunas de las intenciones que animan a alcaldesas y alcaldes cuando todavía no lo eran, y advierto una enorme confianza en que desde su sillón vayan a llevar a cabo una revolución en la sociedad.

 

Lejos de mi intención enfriar los ánimos, pero desde una alcaldía es muy difícil promover el asalto al Palacio de Invierno, y ya no te digo reformar la Ley Hipotecaria, aunque haya habido algunos casos dignos de respeto histórico. En general, y salvo líricas excepciones, la gente no pretende que el alcalde le cambie la vida, sino, como mucho, que no se la estropee más, es decir, que recojan las basuras, que el niño tenga plaza en una escuela próxima a su domicilio, que no haya más gamberros de los que permite la cuota europea, y que los autobuses lleguen a las paradas.

 

Entiendo el entusiasmo ideológico, sobre todo en personas no acostumbradas a administrar el presupuesto, pero una de las realidades más evidentes es descubrir que siempre se queda corto. Y tienes que elegir. Si te gastas mucho en parques y jardines no hay dinero para las bibliotecas, y si te lo gastas en bibliotecas no puedes cambiar los apestosos y viejos autobuses

 

. También puedes subir (todavía más) los Impuestos de Bienes Inmuebles (IBI) y cabrear a los propietarios de pisos… que son el 85 % de los ciudadanos, que te esperan en las próximas urnas. Comprendo que no es épico, pero también los periodistas misacantanos piensan que van a cambiar a la sociedad hasta que los destinan a la página de economía y se aburren en las juntas de accionistas de los bancos.

 

Ilusión y la realidad.